El neurocientífico Jaak Panksepp demostró que poseemos sistemas emocionales básicos que se desarrollan en la infancia y nos acompañan toda la vida. Estas emociones no son solo ideas: están profundamente arraigadas en nuestro sistema nervioso y moldean nuestra forma de sentir y actuar.
El niño interior no es solo una metáfora: representa la huella emocional de nuestras experiencias infantiles, especialmente aquellas que nos marcaron profundamente. Es esa parte de nosotros que aún necesita cuidado, atención y expresión.
Cuando trabajamos con nuestro niño interior —con ternura, escucha y paciencia— ayudamos a regular y sanar esas emociones desde el amor, devolviendo armonía al cuerpo y al alma.
Sanar al niño interior es reconectar con esa parte de nosotros que solo quería ser vista, querida y respetada. Gracias a la neurociencia afectiva, sabemos que estas emociones no son “dramas del pasado”, sino necesidades biológicas reales y humanas.
Ese pequeño o pequeña sigue vivo en ti. Tienes el poder de escucharle, cuidarle y darle lo que tal vez no recibió. Sanar no es olvidar el pasado, sino traerlo al presente con conciencia, ternura y ciencia.
“Las emociones no solo se sienten… también se entienden.”